Los computologos tenemos la mala costumbre de asignar nombres a nuestras áreas y programas mediante metáforas a elementos tomados de otras ciencias. Desafortunadamente esto tiene que ver más con fijarse metas que con características reales del elemento a definir. A modo de ejemplo está la insípida Realidad Virtual, la lineal Vida Artificial y más controvertida que las anteriores: La ambiciosa Inteligencia Artificial.
Pero ¿qué es Inteligencia Artificial? para construir una definición no circular sería necesario definir primero el término Inteligencia... Es desde esta temprana etapa de la definición que la situación comienza a tornarse escabrosa. El ser humano lleva miles de años tratando de definir inteligencia y no se a podido construir algo que nos satisfaga a todos. Para no dejar las cosas completamente indefinidas pondré la simple definición de wikipedia:
Inteligencia (del latín intelligentĭa) es la capacidad de entender, asimilar, elaborar información y utilizarla para resolver problemas.
Con esto (sea lo que sea lo que quiera decir) me lavo las manos y puedo continuar discutiendo sobre las pretensiones del área... La idea de Inteligencia Artificial surgió en una alocada conferencia organizada en Dartmouth por John McCarthy, Marvin Minsky, Allen Newell y Herbert Simon (por mencionar algunos) en el año 1956. Transcurrían los años dorados de las macro-computadoras y la capacidad de éstas para solucionar problemas parecían no tener ningún límite. Fue así como científicos de todo el mundo se reunieron a discutir el tiempo que se tardarían las computadoras en poder resolver todo problema humanamente soluble.
El gran ausente en la reunión fue Alan Turing, cuyo trabajo alentó muchas de las ideas planteadas en dicha reunión y sobre el que hablaré en futuro(s) post(s).
Existen cuatro diferentes posturas para la definición de Inteligencia Artificial:
Diseñar sistemas que piensan como humanos.
Diseñar sistemas que actúan como humanos.
Diseñar sistemas que piensan racionalmente.
Diseñar sistemas que actúan racionalmente.
Personalmente el adjudicar a los sistemas la capacidad del pensamiento me genera cierto conflicto. Por ello no tomo muy en serio las posturas 1 y 3. También me parece que el lograr que un sistema actúe como un humano (con la gran cantidad de contradicciones que éste puede tener) es algo absurdo. Por lo que, por eliminación, la postura menos ambiciosa para definir Inteligencia Artificial es la 4.
He leído varias definiciones planteadas con esta postura y la que menos me disgusta es la siguiente:
La Inteligencia Artificial es el estudio y diseño de sistemas que perciben su ambiente y toman acciones que maximizan su probabilidad de éxito [1]
Lo que me llama la atención de esta definición es que no solo considera como objetivo de la IA la emulación de la “conducta inteligente” sino también su estudio. Los avances hechos en esta área han llevado al ser humano a identificar características de los procesos racionales que antes desconocía. Lo curioso del asunto es que la mayoría de las veces estas características se han identificado en experimentos sumamente sencillos con pocas reglas. Espero tener oportunidad de postear mis posturas sobre algunos de ellos.
Tomando una actitud menos seria al respecto, hay otra definición de Inteligencia Artificial que captura mejor la esencia de la ambición del área y que parte del siguiente teorema:
Una vez programada determinada función mental, la gente deja muy pronto de considerarla un ingrediente esencial del “pensamiento real”. El núcleo irrefutable de la inteligencia siempre reside en esa zona contigua que todavía no ha sido programada [2].
Así la Inteligencia Artificial es todo aquello que todavía no ha sido concretado [2]. Frustrante pero muy muy cierto.
Eso es todo por el momento, ojalá no haya sido mucha pérdida de tiempo. Les dejo dos referencias interesantes, el segundo es un libro que me encanta y que espero terminar de leer algún día.
[1] Stuart Russell y Peter Norvig, “Inteligencia Artificial: Un enfoque moderno”, Editorial Pearson Prentice Hall, 2004.
[2] Douglas Hofstadter, “Gödel, Escher, Bach: Una eterna trenza dorada”, Editorial CONACYT, 1982.
